Agradecidas con Dios
«Sentir gratitud y no expresarla es como envolver un regalo y no darlo.» WILLIAM ARTHUR WARD
Colosenses 3:15 “Que gobierne en sus corazones la paz de Cristo, a la cual fueron llamados en un solo cuerpo. Y sean agradecidos”.
¿Quién no ha experimentado alguna vez esa gran alegría que se siente cuando uno le hace un regalo a una persona y ella le devuelve una sonrisa conmovida diciendo «¡Gracias!», pero también ¿quién no ha sentido esa gran desilusión que produce hacer un regalo que nos ha costado tiempo y dinero, o hasta fatiga encontrar, y que la persona lo reciba sin darle importancia, como si no valiera nada, o como si fuera su derecho recibirlo, y no diga una sola palabra de agradecimiento, o si lo dice lo haga secamente?
¿A qué se debe esa diferencia de actitudes? Al corazón de la persona que recibe el regalo.
Un corazón malagradecido recibe lo que le dan como si fuera su derecho y es incapaz de mostrar agradecimiento, a su vez, de dar a otro ni siquiera una sonrisa a cambio, salvo que le convenga.
El agradecimiento es la memoria del amor, quien ama agradece.
Un corazón malagradecido no reconoce el bien que recibe de otros, porque le cuesta admitir que en los demás haya algo bueno, y sospechará que hay una intención oculta detrás del regalo.
Un corazón herido tiene dificultades para salir de su propia pena y gozar del bien que recibe de otros, agradeciéndolo como debiera, porque piensa que no lo merece.
Un corazón egoísta sólo piensa en lo que necesita, y no en lo que otros puedan necesitar, y cuando recibe algún regalo, lo toma como si fuera el pago de una deuda largo tiempo vencida.
Pero un corazón sano verá en la menor muestra de generosidad ajena una ocasión para demostrar su aprecio por el dador.
El que se siente por encima de los demás, no agradece porque considera que todos le deben pleitesía. Pero el que está debajo, agradece todo lo que le dan, como si fuera un favor inmerecido.
Cuanto más humilde sea la persona, más reconocerá el valor del favor que le hacen y más agradecida estará.
¿Cuál debe ser nuestra actitud con Dios? Nosotras hemos recibido todo de Él. No sólo la existencia, sino la vida misma. Ese aliento que hincha nuestros pulmones es un eco del espíritu que Dios sopló en las narices de Adán y que aún resuena en nuestro pecho. Es una pequeña parte de la propia vida de Dios que respira en nosotros.
Y si Él retirara por un solo instante su atención de nosotros, retornaríamos súbitamente a la nada de la que salimos, pues dice la Escritura que «Él sustenta todas las cosas con la palabra de su poder.» Hebreos 1:3
Pero no sólo la vida, el cuerpo y los sentidos; la mente con sus facultades, la memoria, la imaginación y la inteligencia; los sentimientos y emociones que hacen bella la vida; y la voluntad que nos permite dirigirla; todo lo hemos recibido de Dios; nada hemos obtenido por nuestro propio esfuerzo; y nada de lo material que poseemos nos llevaremos cuando dejemos este mundo.
1 Tesalonicenses: 5:18«den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús”
Si nosotras le damos gracias a Dios en las malas, estaremos reconociendo que Dios es rey soberano sobre toda la tierra y al agradecerle nosotros manifestamos también nuestra fe de que Él puede sacar de lo ocurrido un bien mayor a lo que hemos perdido, porque Él todo lo puede; porque Él es bueno y su misericordia es para siempre (Sal 136:1).
No olvides que todo lo que tienes viene de Él y que tú no has ganado con tu esfuerzo ni un solo latido de tu corazón. Que todo se lo debes a Él.
Vivir de esta manera trae consigo una gran recompensa. En primer lugar, nos hace estar alegres, porque la alabanza y el agradecimiento ahuyentan la tristeza. Uno no puede dar gracias y a la vez quejarse. Porque uno de dos: o agradezco, o me quejo. El que se queja está triste por lo que causa su lamento; el que agradece, está lleno gozo por el bien recibido. Y si acaso le sobreviene un percance, agradece a Dios de antemano por la solución que Él le envía.
Agradecer nos prepara para recibir más de lo bueno.
La que no agradece a Dios por todo, se pierde la oportunidad de recibir todas las bendiciones que Él le tiene preparadas.
Agradecer nos mantiene humildes y combate el orgullo. No es posible ser una soberbia cuando uno reconoce que lo que tiene no es por mérito propio, sino al contrario, es inmerecido. Porque si uno merece lo que recibe, no necesita agradecerlo, es un pago.
Agradecer agrada a Dios. En el evangelio de Lucas, Jesús sana a diez leprosos, pero sólo uno de ellos regresa donde Jesús dando gloria a Dios a gritos. Jesús pregunta: «¿No eran diez los que fueron sanados? ¿Cómo es que sólo uno y todavía extranjero, regresa a agradecerlo? ¿Dónde están los otros nueve?» (Lucas 17:17-18)
Entonces le dice al hombre: «Levántate, tu fe te ha salvado.» (v. 19)
Fíjense, fueron nueve los que recibieron de Jesús su sanidad, pero este samaritano agradecido recibió algo más, algo mucho mejor y más valioso que su sanidad física: su salvación eterna. El agradecido fue salvado, y recibió en ese instante la seguridad de que algún día estaría con Dios.
Ser agradecidos siempre nos acercará más a Dios.
- Posted by Planeta Girl
- On octubre 23, 2017
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